El cholo, la expresión del mestizaje racial y cultural de la denominada invasión y conquista, tiene y siempre ha tenido dos connotaciones: la peyorativa, aquella caracterizada por el arribismo y la falta de escrúpulos en la vida familiar y los negocios y la positiva, es decir, el intento de no sólo adoptar usos y costumbres sino de adaptarlos a la realidad nacional o local.
Entre los primeros están los que reniegan del charango o el poncho y, entre los segundos, los que se enorgullecen de haber tenido la capacidad de amalgamar dos corrientes culturales para forjar una nueva expresión con evidentes rasgos de identidad y autenticidad.
Los cholos arribistas quieren tomar por asalto el lugar de los ricos, sin tener en cuenta ni moral ni ética y los mestizos se contentan con conservar aquello que hay que conservar y usar aquello que no tenga detrimento de la nueva identidad.
Entre los primeros, están los que creen que el tener auto, por ejemplo, los hace más inteligentes o superiores con una muestra de pésimo gusto y vulgaridad; entre los segundos los que adaptan la tecnología a sus necesidades y no hacen ostentación de nada.
Pues bien; hace unos días se ha tratado de montar un espectáculo de un cholerío insufrible con motivo de la supuesta y fallida entrega de carros basureros y que terminó con el enfrentamiento interno. Un acto de cholerío vulgar porque no sólo que se trata de hacer propaganda personal o partidista con bienes del Estado sino que no tiene motivo racional alguno.
Esto es lo malo de las épocas de cambio, la pugna, a veces encarnizada, por aparecer en las filas del cholerío vulgar o el cholo construyendo un mestizaje; los primeros son saboteadores, los segundos debieran ser los que cuenten.
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