El anzuelo del mar ha vuelto en las relaciones Bolivia-Chile; aunque ahora de manera invertida porque es el presidente boliviano el que propone a su similar chileno en el cargo, a una devolución de la soberanía marítima y la posterior negociación de la venta de gas a ese país.
La respuesta no ha dejado de ser la misma: No; por cuestiones de derecho, cuando el asunto nada tiene que ver con la legalidad sino con la piratería y la usurpación que es lo que manejo y manipuló el imperio inglés para impulsar la guerra de invasión a través de los soldados araucanos, si es que los había.
Muchas veces, en anteriores gobiernos sumisos y poco enterados de la geopolítica chilena, por pereza mental o por conveniencia, Bolivia ha tenido que pagar caro por la improvisación de su cancillería y ha cedido, prácticamente por nada, no sólo recursos naturales como el petróleo, por medio del oleoducto Sica Sica-Arica, sino también aspectos estratégicos de su economía al impulsar el desvío del río Lauca o el camino Oruro-Iquique, por ejemplo, o permitir la intromisión de la economía chilena en el Oriente sin apenas darse cuenta de la falta de control que se introduce como factor de riesgo, al exacerbar sentimientos regionalistas que desembocan en separatismo franco.
Aunque la táctica del anzuelo, esta vez, es al revés, no deja de desnudar algo que siempre hemos padecido: No tener una estrategia de retorno al mar, definida y, en lo mejor, definitiva para encarar tanto las negociaciones diplomáticas como las demandas ante organismos internacionales de justicia; mientras los intermediarios de las potencias siguen hablando de soberanía como cuando hablan los personajes del Pentágono o el Departamento de Estado de "seguridad interna" para atacar pueblos en cuyos territorios tienen intereses económicos y estratégicos.
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