La democracia formal, no real, que tenemos está sufriendo un embate tremendo de mercantilización que ojalá no prospere. Por un lado, los cocaleros, que se creen la mamá de los pollitos, están exigiendo que los asambleístas y concejales titulares renuncien para que los suplentes tengan acceso a dietas y otros estipendios y para que las tierras agrícolas sean urbanizadas, pues detrás de esos intentos, en Vinto, se ve a los loteadores profesionales. De otro lado, la "gloriosa central obrera" está a punto de convertirse en lo que siempre ha sido: un partido, aunque nunca hemos podido saber qué ideología tiene, hasta dónde su "practicismo" y cómo maneja el simple disfrute de cuotas obligatorias que se descuentan por planilla y de las que nunca se ha dado cuenta.
Son malas noticias para el proceso de participación que todos creíamos que se iba a profundizar; pero que algunos intentan sectarizar al estilo del liberalismo o del estalinismo; porque a la chacota presentada como resolución de los "movimientos sociales", por parte de usufructuarios de la sigla del MAS, hay que añadir la demagogia de los dirigentes mineros que, sin tener líder visible y confiable, pretende ir a unas elecciones confiados, en el financiamiento de las cuotas que, legalmente, debieran sus suspendidas pues la COB ha dejado de ser organismo sindical, aunque nunca lo fue si recordamos sus idas y venidas en diferentes episodios de la historia nacional y donde la supuesta "tesis de Pulacayo" sirvió más a la demagogia que al proletariado.
Curiosamente, estas dos tendencias, aparentemente opuestas, están inscritas en el puro liberalismo o demoliberalismo que impulsa la democracia de mercado y está labrando su desprestigio como sistema representativo del pueblo y para el pueblo.
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