Según algunas estimaciones, no estadísticas, el 80 % de las obras que se ejecutan en los municipios del país, responde a gestiones del gobierno central y no al trabajo o la iniciativa de las burocracias municipales. Si bien es algo repetitivo desde que se instaló la autonomía municipal y se convirtió en simple reparto de cuotas administrativas entre los partidos de la politiquería, muchas personas pensaban que las cosas iban a cambiar con las mejoras en la coparticipación tributaria y en la insurgencia de "movimientos sociales".
Desde hace años, sólo dos municipios, de más de una centenar, han mostrado eficiencia y responden a pueblos pequeños y de cuyos nombres, incluso, uno no se acuerda de tan raros que son; porque, los más, se han dedicado a repetir las taras del partidismo sectario y se han ocupado más en hacer negociados que obras de infraestructura o de industria y es lo que vemos, corregido y aumentado, en las ciudades capital donde ni siquiera el culto al asfalto se cumple cabalmente y donde las burocracias apenas si muestran dinámica.
Tampoco los negociados se han acabado, el último descubierto en El Cercado de Cochabamba, por ejemplo, es el negocio de la basura en que, supuestamente, hasta el presidente del organismo de recojo estaría involucrado junto a los trabajadores de la empresa municipal que afanaban alrededor de un millón de Bolivianos.
Es tan ineficiente la burocracia municipal que uno se pregunta seriamente: ¿Si eso es la autonomía municipal, para qué nos sirve? ¿Para la demagogia y el protagonismo en las pantallas de la televisión?
Lo peor, es que si las cosas van a continuar así, sería mejor poner en el tapete de la discusión esa "autonomía" que tan demagógicamente se maneja y que tanto sirve para el abuso o la corrupción.
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