La pregunta sigue siendo una incógnita; desde los que se identifican con quechuas o aymaras por la lengua, aunque no hablen el idioma nativo, o la vestimenta, vistiendo a lo occidental y consumista, hasta los que se preguntan si somos una raza nativa o extraterrestre.
La psicología ni la sociología han logrado descifrar el misterio porque, aparte de estar en pañales, no son en verdad una ciencia, de acuerdo a la definición formal. Pero la interrogante sigue y, por tanto, es hasta superficial y banal, según muchos, aunque puede ser fundamental, según otros.
En las aulas de la universidad y preguntando a los alumnos sobre su grado de identidad o compromiso con alguna nación o etnia del país, comprendimos que no sólo que todo es confusión sino que hasta no conocen lo que quiere decir mestizo; lo que empeora su grado de indefinición o despersonalización.
Y es que la civilización no ha logrado, pese a los años que tiene, germinar una identidad entre todos los habitantes de las ciudades y los más se han mantenido flotando entre dos aguas, con grandes nostalgias sobre su pasado y demasiados sueños sobre su porvenir. Por tanto, el grado de pertenencia o identidad con el cúmulo de viviendas hacinadas en determinado territorio, sean los barrios marginales o de los ricos, no ha podido plasmar una identidad diferente a la del campesino que, paradógicamente, es la raíz de la mismísima civilización y precisamente por desconocer este hecho es que todavía nos encontramos con la interrogante sin respuestas y sin identidad.
Mucho podrían haber contribuido al respecto los proyectos nacionales como el de la Universidad de Tucumán, en la Argentina, o los planes Inti o Inca en el Perú pero, infelizmente, quedaron ahí porque tampoco hubo el suficiente coraje de las personas para hacerlos suyos. Algo que ya se había dado cuando Tamayo publicó su "Creación de la Pedagogía Nacional" o sus escritos sobre el indio y su importancia desencadenando tormentas y vientos a favor.
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