Esto de hablar por hablar se está volviendo una mala costumbre; desde el PP de España que ganó las elecciones de ese país, de la mano de su jefe que hablaba "huevos", como decimos en algunas partes, hasta los "kurakas" o "mallkus" que hacen lo mismo en nuestra tierra, hay un amplio espectro.
Pero casi resulta imperdonable que quienes quieren aparecer como líderes incurran en el desaguisado, como el caso de Doria Medina en La Paz o Juan del Granado, y haya gente que todavía quiera hacerle eco en esta práctica de no verse primero en el espejo o meditar lo que se va a decir.
También resulta vergonzoso que, a título de indigenismo, otros recurran a lo mismo para anunciar que por "justicia comunitaria" se va a proceder a la castración o mutilación de los ladrones y otros delincuentes, lo que nos hace percibir que, contrariamente a la tradición de los amautas y otros sabios de la antigüedad, hay impostores que no saben de la misa la media o son completamente ignorantes.
Es también decepcionante que los del clero, asumiendo arbitrariamente la representación de la Iglesia, recurran a lo mismo cuando nada dijeron en otras circunstancias en que el narcotráfico, por ejemplo, era tan evidente que realmente había que estar ciego para no verlo y sólo unos pocos curas tenían el coraje de señalarlo.
Como estamos en el tiempo del no tiempo, no debiera sorprendernos; pero hay gente que se deja llevar por esta palabrería en lugar de buscar lo sustancial, lo importante, lo estructural y, medios mediante, se convierte en una víctima más de la desinformación, la impostura y la usurpación.
Lo peor es que el principal don de la especie, la palabra, quede relegada a la calidad de basura o algo tan insustancial que llama poderosamente la atención.
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