Una vez destapado un otro hecho de corrupción que, como siempre, involucra a personeros del gobierno; las críticas y "análisis" no se han dejado esperar; pero pecan de una ramplonería insufrible.
Porque lo que no se quiere descubrir es que la inmoralidad forma parte de la dependencia, que es inherente al gobierno, que se mueve por medio de millones de dólares que se siembran como tentáculos para los incautos o cínicos y que lo mismo da que sea, ahora, una red de extorsión a delincuentes o por la venta de latas de manteca o compras fraudulentas como se ha dado repetidas veces en diferentes administraciones de intermediarios del poder de la Embajada.
Cuando el "libertador económico", Paz Estenssoro, instaba a sus conmilitones a robar pero dejando su diezmo al partido, abrió una etapa vergonzosa en el país que luego fue continuada por civiles y militares que se sucedieron en el Palacio Quemado, siempre bajo la presencia ominosa del embajador de turno y así, los "entroncados" miristas, subieron la "coimisión" del 10 al 20% sin inmutarse y como si estuvieran haciendo patria.
La corrupción no es pues un hecho aislado, circunstancial o anecdótico sino algo que se ha introducido en la estructura gubernamental a sabiendas de los efectos negativos que puede crear y que no importa quiénes y cuántos sean sino el por qué, el cómo y el desde cuándo, que es lo que habría que investigar y debatir y no ensañarse con adversarios hormonales para destilar un veneno que es parte de la propia corrupción, porque impide la verdadera crítica, el análisis racional, la solución estructural.
Es hasta paradójico, por ejemplo, que los explotadores del transporte público, los a sí mismo llamados chóferes, que se oponen a un proyecto de ley para luchar contra ese mal, presenten un recurso ante el Tribunal Constitucional porque eso implica la nulidad implícita de cualquier fallo, no sólo por las presión que se ejerce sino también por la impostura de quienes aparecen como líderes de una organización que ha dejado de ser sindicato gremial para convertirse en sindicato al estilo de las mafias de Chicago.
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