Aunque alguien dijo que nadie es inferior a nadie, sin su consentimiento; no hay duda que el fenómeno de no querer ver la imagen que proyectamos en el espejo, se ha convertido en algo crónico no sólo en el mundo sino también en la América Latina. Porque sucedió con los proyectos revolucionarios y libertarios a lo largo de la historia, y si habría que citar algunos podríamos hacerlo aludiendo a la revolución francesa, la rusa, la mexicana y muchas otras de la restauración; como se dio con los elaborados internamente en el Proyecto Nacional de Tucumán, el Inca o Tupac Amaru en el Perú o los que, indirectamente, pergeñaran en Bolivia Tamayo, Linares o Unzaga de la Vega.
Y es que siempre se opusieron, no las élites como algunos dicen, sino esas logias o camarillas sirvientes que se instalaron junto a la conquista y los conquistadores y que todavía continúan patrocinando separatismos o conflictos superficiales, como los supuestos "regionalismos" o "cambios" que, ninguno, recoge realmente las sensaciones, sentimientos y aspiraciones de nuestros pueblos; porque son tendencias liberales o neoliberales que se ejercitan con gran colaboración de la izquierda.
En el caso boliviano, por ejemplo, la negativa tozuda de de no admitir que somos mestizos, pese a que con gran demagogia se habla del Estado plurinacional, no es sino el resultado lógico de una Constitución Política del Estado redactada por la intromisión de las ONGs derechistas y neoliberales con apariencia marxista.
Pero eso no deja de quitarle nada a una realidad por demás contundente; así como en el Proyecto Nacional de Tucumán se admite que el argentino, cuanto menos argentino es, representa mejor la nueva identidad; que ya no se hace del gaucho, del compadrito, del bonaerense, sino de la mezcla de los inmigrantes italianos, españoles, turcos, franceses, bolivianos, chilenos y un largo etcétera; así también en nuestro suelo no son ya características predominantes las aymaras, quéchuas, guaraníes u otras sino su mestizaje que hace otra raza, otra expresión racial y cultural que no se puede desconocer por mucha influencia y presión que se tenga del materialismo mundial.
Y no hay que olvidar que los censos, han sido siempre ominosos desde aquel que dio origen a la matanza de los inocentes y las condiciones no han cambiado; por mucho que nos jactemos de más ciencia o tecnología.
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