Se está volviendo una constante en el mundo, desafiar la ley. Y ocurre tanto con los que aplican la ley de Linch a presuntos o declarados delincuentes, como los que aplican recetas económicas a la población para salvar la banca y el abanico es extenso; en Bolivia hay un aumento de sólo de la delincuencia organizada sino también de aquellas personas que se dicen perseguidos políticos pero que, en realidad, están ahí, incluso, por los delitos que públicamente confesaron o escondieron siniestramente.
Pero, además, hay hasta una ostentación en este desafío a la ley que va desde los que beben en las calles o paseos públicos, sólo por le hecho de encontrar una intoxicación, hasta las familias que se organizan para crear pandillas o bandas que roban, asesinan, crean terror y, como no podía faltar, también están los funcionarios públicos o privados que incurren en delito flagrante y hasta cínico como cuando cobran coimas, usan los taxis para violar o robar o se hace caso omiso de las ordenanzas por tarifas de servicio y se estornudan en ellas.
Al parecer el tiempo del no tiempo, del calendario maya, se está manifestando por medio de estas actitudes que no serían una simple respuesta al estado actual sino a la frustración general o al cambio de un ciclo caracterizado por la explotación del hombre por el hombre.
Lo que hay que lamentar es la falta de todo escrúpulo, como ocurre con el secuestro de niños y adolescentes o la irresponsabilidad llevada al extremo de un conductor que, después de atropellar un niño, fue a abandonarlo en un río en un delicado estado de salud.
Y este desafío a la ley, incluso a la del sentido común; no se da únicamente entre los gobernados, que es ya harto criticable, sino también entre los gobernantes que, muchas veces, aferrados a recetas fracasadas de organismos internacionales de la economía, siguen aplicando restricciones al gasto público que va en detrimento de la mayoría de los pobladores para salvar los intereses de unos pocos que se atrincheran en el vil metal.
El hecho mismo de hacer una profesión de la defensa de los derechos de la persona o la naturaleza y hacerlo cínicamente, es un desafío a la ley que no se puede excusar ni siquiera en la falta de fuentes de trabajo donde esos sujetos onegesistas podrían rendir más honestamente.
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