Ya los latinos decían: vanitas, vanitatum,omnia vanitas, es decir, vanidad de vanidades, todo es vanidad y es de lo que siempre ha adolecido la "ciencia" actual; desde la teoría de la evolución, que nunca nadie ha podido demostrar, hasta el último hallazgo de la "partícula de Dios" que está años luz de la verdad de la creación o de la evolución.
Nuestra "ciencia", plena de vanidad, nunca ha querido auscultar entre los restos de la historia antigua e, intencionalmente, ha desconocido descubrimientos, inventos y tecnología que en la denominada protohistoria estaban más que presentes y nos dan cuenta de lo mucho que el hombre había avanzado en conocimientos y cómo estaba en un franco proceso de declinación o involución.
El materialismo de que se ha revestido el cientificismo lo ha alejado de la realidad y se ha convertido en un obstáculo que, incluso, ha escondido las afirmaciones de muchos sabios que admitían que más allá de las reglas de la física, la química o la físico-química estaba algo todavía ininteligible que sólo podía atribuírsele a Dios. Incluso cuando se anunciaba una fuerte explosión solar, ahora último, que afectaría inevitablemente la tierra con consecuencias prácticamente desconocidas y el fenómeno si bien se dio, fue inexplicablemente atenuado por algo que nadie sabe o supo explicar; algunos tuvieron que admitir que, efectivamente, algo divino estaba sucediendo pues no había otra explicación material posible para semejante intervención.
Independientemente de si debemos atribuir estas cosas a determinado Dios o religión, se ve que nuestra ciencia está muy lejos de ese ropaje de eficiencia y vanidad con que se cubre diaria y, curiosamente, para encubrir su propia pobreza y precariedad.
Lo de la intelectualidad, como decía Unamuno, no es más que materialismo o explotación del conocimiento, del saber cerebral que podía oponerse al conocimiento cardíaco y, mucho más todavía, a la coordinación o conexión entre ambas formas de ver y saber del mundo. Hay pues una mejor opción para el hombre y la ciencia cuando se lleva el cerebro a la altura del corazón, o al revés, y se actúa en consecuencia; de ahí nacen las ciencias o técnicas actuales de tanta pomposidad, hipocresía o utilización materialista como la ecología, el ambientalismo, el culto a la naturaleza, que encierran viejos y milenarios saberes que, en algún momento de la historia, dieron al hombre no el dominio de la naturaleza, como se postula por el materialismo, sino la coexistencia pacífica entre las especies animales, vegetales y de otra índole.
Lo de la partícula de Dios o el bosón de Higgs no es más que un nuevo bolsón de mentiras para encubrir la incapacidad y la ineficiencia y está más repleta de vanidad que de descubrimiento alguno, por mucho que otros "científicos" nos digan que se ha llegado a algún extremo o se quiera bautizar el hecho como un avance más. Todo es vanidad.
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