En cuanto el Estado recupera el dominio de sus recursos naturales, surgen desgarradores testimonios de los agoreros que anuncian desgracias como las plagas de Egipto y echan sal sobre nuestros suelos.
Y, lo curioso, es que parten de la interpretación marxista de la historia que hace del "Estado" enemigo del pueblo y, por tanto, sujeto execrable que hay que eliminar cuando, conceptualmente, no es otra cosa que la conjunción de territorio, población y leyes y, por consiguiente, el bien común.
En cuanto a las inversiones y los inversionistas, ya lo dijo algún autor, que lo único que quieren es tener "suelo arrasado" para entrar a paso de parada y posesionarse de la propiedad ajena porque no hay ejemplo de inversión que haya dado equitativos resultados tanto a los propietarios como a los explotadores eventuales de los recursos. Pero el mito de las "garantías" que hay que ofrecer para ser sujetos de explotación humana queda ahí; más que como mito como una mentira cínica que hay que combatir con el mismo ímpetu que la distorsión esa de confundir el Estado con el gobierno o la separación que se hace de empresas públicas o privadas, como si fueran antagónicas, cuando no son más que dos facetas de la economía del Estado bien entendido.
Lo de las inversiones habría también que preguntarles a los gobernantes de los países asiáticos, por ejemplo, que sin ellas, sin ser sujetos de explotación al viejo estilo colonial, han surgido como potencias y hasta pueden sustituir el imperio del verde y vil metal. Lo que es un desmentido al mito de las inversiones o los inversionistas, porque cuando hay voluntad, identidad, capacidad científica y tecnológica todo se puede subsanar. Tal vez habría que partir del consejo que los viejos daban a los jóvenes japoneses: traer ciencia a cualquier precio y los enviaron a las naciones occidentales a conocer lo básico para después transformarlo todo. No por nada una antigua conseja decía que los alemanes creaban algo, los norteamericanos lo industrializaban y los japoneses lo hacían más chiquito y barato.
Lo de desgarrarse las vestiduras por la "nacionalización" de los recursos naturales, que es una práctica común de las naciones que quieren abrir posibilidades ciertas de crecimiento, es lamentable y triste porque, al parecer, algunos se conforman con ser cola de ratón u objeto de explotación con tal de parecerse al explotador.
Claro que estas políticas de recuperación de recursos y de crecimiento real, tropieza muchas veces con las políticas de corrupción que se mantienen siempre latentes porque cuando la tentación es grande, son pocos los que no caen; además, en la América Latina se han dado casos donde o el propio gobierno aconsejaba cobrar diezmos, como en la Argentina de Menem o se amenazaba con revólver a los que se resistían a los mismos en los procesos de "privatización", como sucedió con el gobierno de Sánchez de Lozada.
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