Aunque parece de perogrullo; pero no es demás reiterar que cuando se presenta una crisis económica en el mundo, los únicos que la pagan son los ciudadanos de a pie, de los medios hacia abajo, porque ellos son los que sufren los recortes presupuestarios, las restricciones bancarias o la baja en sus salarios. Y si no pregunten a los griegos, españoles, portugueses o, incluso, argentinos que pagaron el "corralito", mientras los otros, los buitres de los entorno del poder, tuvieron el suficiente tiempo parta trasladar sus millones en decenas de carros blindados, horas antes que se anunciara la tragedia para los menos favorecidos.
Y, como si fuera poco, sufren también la tiranía de las direcciones sindicales cuyas denominaciones son ya una forma de caracterizarlas; así como en Bolivia se hablaba del "lechinismo" cuando el personaje en cuestión era el líder indiscutible de la "gloriosa central obrera", ahora también se habla del "moyanismo" en la Argentina, un dirigente que ha sido acusado de lavado y otros delitos, no por autoridades de su país, sino internacionales y a los que todavía no ha respondido pero que sigue vigente y poniendo en riesgo el sistema democrático argentino. Lo mismo puede decirse de los dirigentes petroleros o del magisterio en México, cuyos millones de dólares se cuentan por decenas, y otros líderes más repartidos, curiosamente, entre los obreros y campesinos que más necesitan de la dirección de alguien honesto.
La crisis sirve también para percibir mejor que no sólo que los pobres son los afectados, mientras los ricos siguen ganando millones hasta por jubilación, sino que está tan mal repartido el dinero en el mundo que no es raro que los fineses adviertan que ellos no pagarán las deudas o los despilfarros ajenos, refiriéndose a la crisis del Euro.
No es primera vez que tenemos una crisis de la envergadura actual y tampoco será la última mientras siga el sistema de explotación del hombre por el hombre; pero lo que llama la atención es la resignación, por no llamarla estulticia, del ciudadano común que sigue engañado por los medios, por la información de las transnacionales y por la corrupción de las dirigencias sindicales, corporativas o cívicas y hasta hace fuerza porque la crisis se salve, aunque sea dejando desolación por todas partes, mientras sean los otros y no ellos las que sufran esas consecuencias.
Se ve pues que el sistema de manipulación de la información, de discriminación con que ella se maneja a todo nivel y la profusa propaganda consumista que se emite diariamente, da sus resultados y mientras el consumidor siga preocupado por qué consumir hoy y también mañana; en realidad, no habrá solución estructural a la crisis y los pobres seguiremos pagando toda la opulencia de los sinvergüenzas.
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