Una de las características del hombre en el planeta es su religiosidad, manifestada de diversas maneras y tiempos y el culto o los cultos a esas diversas formas de fe. Desde los panteístas, hasta los monoteístas, hay un gran abanico y, lógicamente, logias, jerarquías o castas que se ocupan de los ritos e imponen ciertas condiciones de admisión y permanencia.
Una de las formas de imponer ciertas creencias es el miedo; ya se trate del infierno, el purgatorio o la reencarnación, el resultado es el mismo y es precisamente esta forma que está en cuestión y, según algunos, llegando a su término para dar paso a un ambiente donde no haya temor y todo se ejecute dentro de un entorno de paz y concordia, que es lo que le ha faltado al mundo desde que las religiones se hicieron fuentes de temor.
Hay diversas formas de llegar a la trascendencia y la inmortalidad que es, al final, lo que todos buscamos porque no estamos satisfechos con una permanencia demasiado efímera en la tierra, lo que pasa es que varias de ellas, quizá las más ciertas, implican una serie de renunciamientos y cambios que el mundo materialista en que vivimos nos muestra como una antítesis de la vida feliz. De este modo, estamos encerrados dentro de un círculo vicioso difícil de romper mientras se mantenga el actual sistema de religiosidad que cada vez va perdiendo más la seriedad o la veracidad de su culto, por las mismas intromisiones y distorsiones del mercado. Preguntarse, por ejemplo, ¿qué tienen que ver los chocolates en la semana santa? es ya una constatación de lo que decimos.
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