Muchas veces seguramente nos hemos preguntado como Niezsche: ¿Por qué se pudren nuestros frutos?, después que se han ejecutado revoluciones verdaderas y falsas en nuestros territorios. Lo que pasa es que con las relaciones coloniales que todavía caracterizan a la diplomacia de los "grandes" con los "chicos", es difícil asumir los retos del crecimiento porque se nos impone una serie de barreras como la falta de infraestructura, tecnología y el pago de "how know" o "royalties" que son como crueles ejércitos de invasión y arrasamiento.
No hemos podido consolidar una industria minera estable, con explotación racional e incontaminada y con valor agregado y hasta hemos preferido crear fundiciones en otras latitudes para nuestros minerales; tampoco hemos podido hacer mucho por la industria petrolera, el litio o el fierro.
Precisamente el nuevo intento de la metalurgia del hierro, nos pone, una vez más, frente a la realidad, porque los adjudicatarios no sólo que, hasta el momento, han hecho demasiado poco sino que no hay buenas perspectivas y, al parecer, podemos también quedarnos como simples productores de esponja.
¿Qué se puede hacer? ¿Qué es lo que falla? Pues nada más que la falta de compromiso del boliviano con su propio destino; se nos ha acostumbrado tanto al oposicionismo, que los extranjeros se siente seguros y hasta garantizados para hacer lo que les venga en gana: Ganar mucho a costa nuestra o frustrar nuestros planes que, para el caso es lo mismo. Los japoneses nos han mostrado varias veces que no hay "brecha tecnológica" o "déficit financiero" cuando el espíritu nacional es fuerte y poderoso; eso es lo que hay que emular de otros países, de otras naciones, la entrega a la patria o al bien común y, entonces, el crecimiento será inevitable.
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