Hay un buen chiste que dice que el matrimonio es algo donde los que están dentro quieren salir y los que están fuera, quieren entrar. Mucho de esto ha habido y hay también en los procesos esos que se conocen como revolución y que, más que eso, se ha traducido casi siempre en frustración; desde la lejana época de la: libertad, igualdad, fraternidad, hasta los plurinacionales, pasando por la dictadura del proletariado, la primavera de Praga o el comunismo.
De otro lado, se dice que el poder emborracha y, consiguientemente, embota los sentidos y no deja ver la realidad y los ejemplos son múltiples, desde el "ajusticiamiento" de Madame Roland, podríamos decir, hasta la muerte de Benjo Cruz o los caídos en octubre o muchos más que podríamos traer a colación en la serie de frustraciones que podemos contar como intentos de cambio.
Mientras, casi siempre, los que están dentro entran entre los que se vuelven miopes o ciegos; los que se quedaron fuera, por una variedad de circunstancias, se hacen críticos severos aunque muchas veces se sospecha un simple despecho. Resultado: confusión entre los que quieren estar dentro como fuera, es decir, entre la gente que pone las esperanzas y las más de las veces la sangre, sin otro resultado que la postergación.
Este es el triste resultado de la historia de la humanidad y, entre las causas, podemos señalar la principal en la falta de educación y, más que eso, en la desinformación o la manipulación de la realidad y de las mismas reivindicaciones sociales e individuales que se pierden en la tensión entre los aspirantes al matrimonio o los decepcionados del mismo, para seguir con el ejemplo del inicio.
Por esto es que los mejores revolucionarios de todos los tiempos han postulado siempre, no la revolución por la fuerza o la sangre sino el cambio por la educación, por la formación del nuevo ser. Lástima que siga siendo una utopía porque lo primero que hacen los "revolucionarios" es parcializar la educación y hacerla tendenciosa. Y así, nunca se podrá hacer revolución.
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