Teóricamente, los Estados latinoamericanos se han desenvuelto entre dos sistemas de gobierno: la democracia y la tiranía. Pero la realidad y la historia real nos dicen que, especialmente desde después de la llamada segunda guerra mundial, el único sistema vigente ha sido el de: dependencia-corrupción-impunidad que todavía coletea en nuestras naciones, pese a las intenciones de cambio y a las frustraciones de décadas.
Porque la democracia nunca ha sido tal sino una simple y sutil, aunque a veces no tanto, manipulación del embajador norteamericano de turno que, instalado cómodamente en los palacios de gobierno, elegía no únicamente los tiranos sino también los candidatos para los veranillos de democracia y esta intromisión se fue extendiendo a medida en que la corrupción se hizo la única manera de ser rico en estas tierras olvidadas por los hados; aunque tal vez no tanto porque conservan sus impulsos independentistas y de autenticidad.
Ni en la Argentina, Brasil, Colombia, Perú, Chile o Bolivia, para citar algunos países, los caminos del enriquecimiento pasan por la capacidad intelectual y moral sino por la flexibilidad de las rodillas y la columna. No hay pues fortuna limpia ni enriquecimiento sin sospecha porque, aparte del contrabando, el narcotráfico o la piratería, la dependencia ha sido y sigue siendo una de las mejores formas de corromperse y hacerse de cuentas bancarias, mansiones y automóviles y los delitos arriba mencionados también eran susceptibles de protección o amparo brindada por la propia calidad de dependencia.
De otro lado, las tiranías han servido para excusar todos los delitos, los habidos y los por haber, porque se ha dejado a la imaginación de los sirvientes y a la miopía del Embajador y desde las latas de manteca, que fueron negociados de pésima administración en la COMIBOL, hasta la venta de talco en lugar de bentonita, que se hizo en YPFB, hay un abanico que desafía la racionalidad y hasta la irracionalidad.
Estos dos sistemas de gobierno que, a cucharadas o de golpe, nos han proporcionado los embajadores son los culpables de nuestro subdesarrollo, de la diferencia abismal entre ricos y pobres, del alto porcentaje de desamparados, de enfermos y de la mortalidad en todas sus formas y de nuestra situación de inhabilidad para acometer planes y programas de crecimiento; no únicamente porque no nos dejan sino porque estamos perdiendo la capacidad de imaginación con tanto aspirante a servir amos extranjeros que hacen partido, logia o comité, mientras la autenticidad va disminuyendo por el consumismo alienante que se fomenta hasta entre los "revolucionarios" que lo primero que buscan es sustituir a los ricos y no salvar a los pobres.
Si nos dejásemos de imitaciones y servilismo, hace tiempo que hubiéramos retornado a nuestro sistema propio de gobierno: la aristocracia, que no es lo mismo que la monarquía, la plutocracia, la oligarquía o la oclocracia.
Pero como el macaquismo se extiende, tenemos dos caminos para seguir en el tortuoso sendero: la derecha y la izquierda. Aunque la propia historia nos está diciendo que debemos estar por encima de ambas concepciones del materialismo y el sometimiento.
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