Desde siempre los presteríos han sido, como decía un amigo, bebederos de consuetudinarios y eventuales; el consumo de alcohol no ha sido nunca una excepción y más bien la regla, lo mismo en las fiestas de barrio como en las departamentales, citadinas o nacionales.
Pero de esa constatación a que las empresas que venden alcohol se vuelvan tiranas y hayan hecho de la fe un negocio más del consumismo, es otra cosa. Porque de lo que se trata, en Urkupiña por ejemplo, no es solamente del consumo de cerveza sino de su venta indiscriminada porque esa es la "subvención" que los "devotos" reciben para bailar en las calles.
Amenazar con no bailar, entonces, no es una protesta contra la fe en la virgen o en Dios sino una muestra de la alienación al mercado de consumo que, hoy en día, es más fuerte que la fe religiosa, la filosofía o la ideología.
De otro lado, las fiestas religiosas pierden mucho de su sincretismo al convertirse en acontecimientos de coreografía, folclore o música, porque distorsionan la esencia misma de su creación, de su adopción o adaptación, porque de eso se trata en la mente del colectivo; más allá de falsas interpretaciones sociológicas o sicológicas. Por lo tanto, no se contribuye a la sociedad, a la colectividad, a la identidad, distorsionando las ocasiones en que el pueblo, de manera más o menos anónima, se acerca a la percepción ciudadana para dar a conocer sus inquietudes más íntimas.
Una sana crítica a este tipo de eventos es que vuelvan a su cauce natural: la expresión de fe y hay que hacer todos los esfuerzos para así suceda porque no es cuestión de cerveza más o menos, ni de competencia entre las existentes o de quién aguanta más en el coleto. La fe está alejada de todo eso y, es más, es casi todo lo contrario porque se intensifica con el sacrificio individual para obtener la evolución espiritual y las "fiestas religiosas" están actualmente por el camino inverso.
Por lo demás, ¿quién fiscaliza o controla dónde van las subvenciones que se entregan y a quién o quiénes benefician? Porque siempre se dice que una participación en la entrada folclórica requiere de un buen desembolso económico. ¿En qué quedamos? ¿O, como siempre, son unos cuantos los vivos?
El Carnaval de Oruro, Urkupiña, el Gran Poder, Chutillos y muchas otras fiestas tienen una gran significación porque son el sincretismo que es parte del mestizaje cultural y racial de nuestras poblaciones. ¿Por qué hacer escarnio de ellas con la venta indiscriminada de alcohol? La Iglesia, y no sólo el clero, tiene que hacer sus mejores esfuerzos para recuperar estas expresiones espirituales con la erradicación completa, si es preciso, de las espirituosas que las están pervirtiendo.
Finalmente, lo que está en juego no es la venta de determinada cerveza sino la expresión cultural de un pueblo que pugna por hacerse auténtico y disminuir la alienación o la imitación.
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