Decir que uno no simpatiza con la democracia, en estos momentos, es como pedir la lapidación pues la mayoría anda sofisticada con la cuestión de la igualdad de derechos.
Pero si analizamos fríamente la cuestión, podemos decir que la democracia no es el gobierno del pueblo por el pueblo, porque una serie de distorsiones se han encargado de pervertirla para beneficio de unas cuantas personas cercanas al mercado; ya que no es más que otro producto más del consumismo.
Y las comprobaciones no sólo están en las manifestaciones de jóvenes o descontentos en Europa o Chile, en este lado del Continente, sino también en la frustración que se puede recoger en cada uno de los habitantes de los diversos países que, en lo mejor, no se sienten representados.
Peor todavía, cuando los resultados económicos siguen acentuando la diferencia entre pobres y ricos; no se preocupan de los primeros o el denominado crecimiento es una meta de nunca acabar y, en lo mejor, se traduce en una simple sucursalización de las transnacionales y, por tanto, de las oligarquías o plutocracias mundiales.
No hay pues democracia sino gobierno oligárquico, manejado por el materialismo o el economicismo mundial; por lo tanto, mejor sería seguir buscando formas optativas o nuevas para llegar a una administración verazmente eficiente y dirigida a la satisfacción, no de las necesidades o aspiraciones individuales, sino a la consolidación del bien común, como valor supremo de la sociedad.
¿Alternativas? Una puede ser la aristocracia, que funcionó perfectamente en otras sociedades de la protohistoria humana, y que no se trata de la monarquía, con la que se la confunde por ignorancia o premeditación, sino del gobierno de los mejores en función y beneficio de todos.
Pero, en todo caso, lo primero debe ser rescatar la política de la politiquería mundial y nacional; la ideología de la avaricia y los valores de los antivalores.
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