Aunque es como tapar el sol con un dedo, no faltan quienes niegan el mestizaje en el "plurinacional" Estado boliviano y no es que se crean todavía representantes de abolengos y rancias aristocracias sino que propugnan la lucha de clases como la solución política que el propio marxismo no ha sabido encontrar.
De otro lado, están los que en aguas revueltas quieren pescar y si ayer aparecían como mestizos o intelectuales, hoy se precian de "indígenas" u "originarios" y han desempolvado ponchos y atavíos que ni siquiera se explican geográfica, social o antropológicamente.
Y, como si no fuera suficiente, se interpreta o distorsiona la historia a gusto y sabor y así se hace aparecer al Incario, por ejemplo, como un remedo comunista que nunca fue o a España como la cuna de la aristocracia que tampoco fue. En el primer caso, el estado incaico si por algo puede caracterizarse es por su búsqueda permanente del bien común, no sólo por las aristocracias gobernantes sino por la entrega de quienes habitaban su extenso territorio; en el segundo, las monarquías ibéricas fueron prácticamente inexistentes.
En este ambiente no es pues raro que veamos a jueces de ponchos, plumas y bastones, mientras otros tratan de no perder la corbata o el título de doctor, por mucho que no pasen de licenciados. Así como hay los que buscan su identidad en la imitación, copiando el carnaval de tal o cual parte o, hay otros, que quieren que nos asociemos al algún imperio para ser más fuertes.
Lo que nos falta es confianza en nosotros mismos, en la búsqueda permanente de identidad que ya no puede ser la traída de Europa ni la que resta de la caída incaica y tiene que ser, forzosamente, de la fusión y hasta de la confusión, si se quiere, de dos potencias que se vieron frente a frente y con concepciones totalmente opuestas. De un lado, estaba la cruz y la espada y los hombres que no comulgaban ni con una ni con la otra pues eran mercenarios, fugitivos o aventureros, recolectados para una empresa donde nada tenía que ver la religión o la expansión de la misma sino el frío materialismo de las tierras y el oro; del otro lado, la cosmovisión de los habitantes del Tawantinsuyu que no sólo los ligaba la universo en general sino que hasta les anunciaba el ocaso por el paso cíclico de la historia de la humanidad, como una relación más bien espiritual que material.
Pero ni la historia ni la realidad están ya para más interpretaciones, distorsiones o caprichos. O asumimos nuestra identidad mestiza o seguiremos siendo simples imitadores o alienados a este o el otro.
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