viernes, 21 de febrero de 2014

EL PODER JUDICIAL

Una vez más la administración de la justicia o las leyes, nos demuestra que, al parecer, es un asunto sin solución. Porque no es cuestión de cambio de nombres o designaciones sino de personalidad, de conocimientos, de moral; cosas que se han ido echando en falta en muchísimas gestiones y que sólo excepcionalmente se han dejado ver, como eso: una excepción.
Cuando se anunció que el hoy llamado órgano judicial iba a conformar sus cuadros por medio de elecciones generales, el escepticismo fue grande y creciente porque es difícil conocer a las personas y, peor todavía, profesional o moralmente. Por lo demás, la selección de los candidatos fue pésima no sólo por la forma cómo se actuó sino porque no habían tampoco opciones pues, si se acudía a los colegios profesionales o de abogados, seguíamos en lo mismo del partidismo porque esas instituciones fueron tomadas por la "clase política" como cuotas de la distribución de la burocracia nacional.
Erigir un "consejo de la magistratura", un colegio de magistrados o alguna entidad aristocrática que posibilite una selección mejor de los tribunales, podría ser una opción pero lo malo es que poco podemos elegir entre nuestra gente que cada vez más es propensa a la mediocridad, al subterfugio, al "chanchullo" y cree que la aristocracia quiere decir monarquía o discriminación por esto o lo otro cuando no se refiere sino a la preponderancia de los mejores.
Tampoco nuestra universidad contribuye a un ambiente de mejor profesionalismo y desempeño ético en la profesión porque, aparte del cientificismo en que ha caído, se rige por un sistema no de aristocracia o selección de lo mejor sino de mediocracia donde lo que sirve es lo que se aparenta y no lo que se tiene como formación académica o moral. La "democratización de la universidad" ha sido simplemente el instrumento de su mediocratización y es tan evidente que si los postulantes a alguna carrera no logran su objetivo de ingresar en la misma, todavía tienen el expediente de la huelga de hambre, de la presión social y hasta de la acusación de discriminación. La cuestión de tener título, como alguien lo dijera, ha sustituido la pasión por los títulos nobiliarios y si antes se deshacían porque los nombren condes, duques o príncipes, hoy hacen lo mismo porque les digan licenciados, "magister" o cualquier otro rótulo de papel y cartón que nada representa ni significa en un ambiente que no da muestras de evolución sino de involución.
Es pues difícil no lamentar este callejón sin salida de la administración de la justicia que, como se ve, no depende de cómo se vista el magistrado, si de pajarita o de poncho; si  levita o pollera sino de cómo actúa dentro de un entorno donde cada vez se confunde todo lo nos cantara "Cambalache", el tango.

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