Crece la corriente de sentar en el banquillo del acusado ya no sólo a las universidades sino también a la ciencia misma; mientras el cientificismo quiere distraer las cosas buscando la partícula de Dios, el origen del caos o intentar nuevamente recuperar la ley del origen de las especies.
Cuando Posnansky, arqueólogo que estudio los restos de pasadas culturas de Bolivia, especialmente, anunció que la cultura tiwanakota tenía alrededor de 17.000 años de antigüedad no sólo que se le rieron en la cara sino que lo mandaron al ostracismo de la "ciencia", que sólo aceptaba que el género humano tenía una antigüedad de no más de dos milenios en la tierra y, si los científicos lo decían, nadie podía contradecirlos sin riesgo de ir a la hoguera.
Esta fue la forma cómo se manejo el conocimiento en el mundo, sin querer reconocer que habían muestras evidentes de culturas cuya existencia se encontraba en la noche de los tiempos. Hoy ya son más los investigadores que concuerdan con el arqueólogo y, aunque todavía reticentes, aceptan que las ruinas ubicadas en el altiplano boliviano pueden tener entre 12000 y más años. Por lo tanto, serían las más antiguas del planeta y como casi permanecen sin más estudios que los que se efectuaron hace décadas siguen siendo una incógnita por la forma cómo se construyo, la probable alineación con determinadas estrellas y una conjunción o comunión con el universo que, la verdad, todavía nadie se anima a formular como una conducta diaria y educativa.
Y si hay investigadores que se están animando a revisar lo que la ciencia dio como apócrifo o, incluso, satánico, aunque parezca una paradoja, quiere decir que este mismo análisis hay que hacerlo en la historia, para saber no sólo qué ocurrió realmente en épocas anteriores sino para comprender mejor de dónde venimos y a dónde vamos.
Y es especialmente significativo para los bolivianos pues, como decíamos en anterior comentario, lo que nos falta es identidad, orgullo de ser bolivianos y, por eso, buscamos imitar o alienarnos a sistemas o modelos extraños porque la sofisticación del cientificismo nos hizo creer que no somos nada.
Hay que volver a la historia, a la arqueología, a la cosmogonía si es preciso, para entender mejor el planeta y la humanidad y proyectar o planificar mejor el porvenir que ya no está, no puede estar, en las concepciones materialistas de la derecha o la izquierda sino en una integridad cuerpo-espíritu que no ha perdido su ligazón, su vínculo con el cosmos, con el universo, del que conocemos tan poco.
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