jueves, 27 de febrero de 2014

CARNAVAL Y DEMAGOGIA

Mientras algunas personas andan desgarrándose las vestiduras porque el gobierno no declara zona de desastre al Beni; el carnaval avanza impertérrito, insensible.
Y no es que se quiera desconocer una tradición local sino que hacemos muy mal en usar de la demagogia cuando los instintos nos llevan a la carne, a las carnestolendas, a la fiesta del momo y gastamos lo que debemos y lo que no para hacer más grande el espectáculo; en lo que también se ha convertido aquello de la solidaridad o la filantropía y mientras se muestran bolsas de agua o de fideos, se hace lo mismo con el próximo estreno del "cambódromo" -¡qué manera de copiar hasta en eso!- o se analiza cuánto gastará cada bailarín en su atuendo.
Esto es lo malo de la politiquería; que convierte en sospechosas las actitudes pías, las tradicionales o las sociales y ya no sabemos si el que da va en busca de la cámara o de la víctima; si el que pide o exige algo lo hace porque debe o porque sólo quiere molestar.
Mientras tanto, hay que reconocer que nuestras tradiciones, nuestras costumbres, nuestras leyendas van naufragando en el océano del alcohol, en el huracán de la distorsión, en el vendaval de la vanidad, que desdice completamente esa supuesta religiosidad o fe o devoción, lo mismo que es contraria la politiquería a la política.
Pero, es más, ya no sabemos cuándo empieza y cuándo termina el antruejo pues vemos disfrazados, sí disfrazados, posesionándose en las salas del Tribunal Constitucional o firmando un pacto electoral de aconchabamiento entre otro disfrazado y el que también se disfraza de líder.
¿Carnaval? ¿Politiquería? Al parecer se trata simplemente de impostura, de hipocresía, de demagogia, que lo mismo tergiversa la tradición como las necesidades ciudadanas.
Aunque no es realmente verdad, se dice mucho que perdimos el mar por no perder el carnaval; si así fuera, no hemos aprendido la lección y ponemos en riesgo, la democracia, las víctimas de las lluvias y la crecida de los ríos y, especialmente, la credibilidad, el crédito, la fe, en el porvenir.
En un rasgo de sinceridad, los que reclaman el estado de desastre o quieren fomentar el carnaval, debieran presentarse sin máscaras de responsables o tradicionalistas y hacerlo de cara al pueblo, diciendo la verdad de lo que realmente quieren.

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