Según los vendedores de libros, la recientemente aprobada ley del libro está dando más bien resultados adversos a lo que se había previsto; aunque es una conclusión que hay que estudiar con detenimiento, la realidad es que cada vez se lee menos y se escribe peor. Y para darse cuenta de ello nada mejor que ese "boom" de las redes sociales, extendida indiscriminadamente a la televisión, donde el paseo que haga uno es para estremecerse no sólo por la falta de ortografía y manejo del lenguaje sino por la vacuidad de las más de las intervenciones.
Como muchas veces lo hemos sostenido, la propaganda sobre la era de las comunicaciones, el ciberespacio y otras monsergas depende mucho de quién las use y cómo las use; algo que, por ejemplo, se da también en lo que se llama el control social, que es una muy buena herramienta para combatir el delito, la corrupción y todos los males morales; pero que no se da ni puede darse cuando esa vigilancia se la atribuyen organizaciones sindicales o sectarias. Y uno de los mejores ejemplos, aunque no se crea, está en la organización del Imperio Incaico que, aunque aparentemente teocrático o aristocrático, tenía fuerte control social que impedía robos, asesinatos, abortos, perversiones y demás yerbas que atacan intensamente la civilización actual.
Y, entonces, hay que concluir que lo que nos falta es lectura y no sólo eso sino comprensión de lo que se lee pues la tendencia actual es buscar "libritos" de recetas para ser millonario rápidamente, para tener éxito en la cama, para disfrutar de las "cabronas" o tantos temas que se manejan "literariamente" para continuar con la cofisicación de la mujer, del sexo, de la familia y que nos trae como consecuencia lesbianas machistas, machistas afeminados o, finalmente, "confundidos" que no saben qué son ni dónde están.
Y, no podemos desaprovechar la oportunidad para repetir lo que dijera Unamuno: "Para novedades, los clásicos"; leámoslos o releámoslos.
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