Un viejo tema se vuelve a plantear en el mundo: Optar por crear industria o conformarse con abrir sucursales.
Hace ya varias décadas, cuando Brasil abrió sus puertas a las inversiones extranjeras, resulta que las consecuencias fueron más bien pésimas porque casi toda su industria instalada fue absorbida por las transnacionales; a tal punto, que se vio en la necesidad de importar más.
Lo mismo sucedió varias veces en Chile donde, en realidad, se han conformado con la sucursalía y, en los hechos, es un país ocupado por capitales foráneos. En Argentina se han tenido efectos diversos desde que la industria automotriz fue pendulando entre ese país y Brasil, de acuerdo a las circunstancias y conveniencias de los ricos capitalistas, lo mismo que la industria blanca. Aun hoy, hay una pugna más o menos abierta al respecto.
Incluso cuando se crearon varios "pactos", como el de Cartagena, el reparto de sucursales era lo máximo que se podía conseguir y hasta se dio la curiosidad de asignar la fabricación de tractores de gran capacidad a Bolivia, que no producía ni tornillos y no tenía, ni tiene, una industria del acero. Toda una farsa.
Planteadas así las cosas son muy pocos los rubros de la industria pesada o electrónica donde nuestros países pueden participar con algunas esperanzas; donde habría que apuntar es a la industria agropecuaria, a la de los alimentos, pues tenemos algunas ventajas porque, pese a muchos intentos, todavía no hemos introducido peligrosamente los productos químicos que empobrecen o contaminan la tierra y podemos preciarnos de alguna industria libre de esos ingredientes.
Es una opción para salvar la alternativa: Industria o sucursal.
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