No es primera vez que se pone en tela de juicio la cuestión de la ayuda extranjera. Es más, el problema tiene diversas aristas desde que embajadores o cónsules, exigían de las autoridades locales esto o aquello. Hay ejemplos dramáticos de lo que significó la "ayuda" en las pampas argentinas, entre los "salvajes" de nuestras selvas o en la compra o prohibición de la venta de armas.
Hace apenas unas décadas, cuando la ayuda norteamericana, no se podía cuestionar bajo pena de excomunión; nos preguntábamos cómo era posible hacer algunos emprendimientos con el triple o más del financiamiento que realmente importaba o por qué una "ayuda" que venía de 33 millones de dólares, finalmente, sólo en un tercio servía efectivamente para algún programa; lo demás se iba en sueldos y salarios de los "colaboradores". De otro lado, los funcionarios bolivianos dependientes, teóricamente, del Ministerio de Agricultura o los del Servicio de Caminos, respondían más a las órdenes de personeros de "la embajada", hasta en una forma indecorosa.
Para unos, cualquier ayuda es bienvenida; para otros, se puede sospechar de todo. La historia del mundo, nos enseña que es preferible estar entre los segundos porque la narración misma de lo que ha sido y es la deuda externa de muchas naciones del mundo, es una comprobación de cómo y para qué sirve la "ayuda" y seguirán habiendo los que se desgarren las vestiduras porque salga USAID de Bolivia porque vale más ser cerdo satisfecho que hombre desgraciado.
Como dice el viejo dicho: hay que enseñar a pescar y no dar pescado. Y a nosotros nos han dado demasiado pescado podrido.
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