Mientras los catedráticos y hasta trabajadores de la Universidad boliviana andan presumiendo de títulos y pergaminos y solicitando se les aumente presupuestos y salarios, ninguna de ellas aparece en las listas de las evaluaciones periódicas que de ellas se hace a nivel mundial. Y aunque no se puede tener como algo indiscutible la ponderación hecha, no hay duda sobre los bajos rendimientos de nuestra Casa Superior de Estudios que apenas es un recuerdo.
Hace décadas que la Facultad de Ingeniería de Oruro, por ejemplo, contaba con un prestigio que llegaba más allá de nuestras fronteras y atraía a estudiantes foráneos a sus aulas, lo mismo que su Facultad de Derecho, en La Paz y Cochabamba gozaban de prestigio las de Medicina; pero son tiempos idos.
La toma de nuestras instituciones de enseñanza superior por ideologías izquierdizantes, no izquierdistas, y la consiguiente feudalización de ellas, son las causas directas más probables para su decadencia. Y no es que en las aulas de hace tres o cuatro décadas estuviera ausente el debate ideológico; no, todo lo contrario y aunque servía también para que algunos malos profesores o ayudantes utilizaran sus puestos eventuales para perseguir a sus contendientes ideológicos, se podía entablar una discusión realmente ideológica que se ha ido perdiendo en el tiempo para dar paso a la intolerancia, la indiferencia o, lo que es peor, el simple estar; sin espíritu ni científico ni ideológico y en la única opción de tener un cartón, simplemente eso, que ya no trasunta ni capacitación ni idoneidad.
La universidad se está convirtiendo pues en una carga excesivamente onerosa para el pueblo y sin resultados científicos o culturales a los que atender para hacerse merecedora del financiamiento popular.
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