Uno de los graves problemas que tiene la democracia de mercado es el de la representatividad, pues los que fungen como representantes, muchas veces, no son sino títeres impuestos desde arriba, desde el que maneja los hilos o hace los negocios de alianzas y de pactos.
Lo mismo pasa con los sindicatos desde hace bastante tiempo; ya no es necesario ser obrero, campesino o lo que fuere para ser dirigente; basta con estar en el momento adecuado y el lugar oportuno para gozar de los privilegios que da la representación, aunque nada signifique de representatividad. Es más, con la misma fuerza con que se maneja la democracia de mercado, se maneja la democracia sindical y las elecciones en diversas instituciones que hacen de la "fiesta democrática" un circo o del voto una mercancía. Y si quieren comprobarlo no tienen más que recordar cómo se efectúan las votaciones en las llamadas cooperativas de comunicación o telefónicas de las principales ciudades y que apenas atraen a porcentajes mínimos de los socios; lo mismo que en los sindicatos.
Quienes han aprendido a vivir mejor en este ambiente de mercado y de feria supuestamente democrática son los trotskistas, los "comunistas", los "izquierdistas" que lo único que han hecho desde hace décadas es vivir de las obligatorias cuotas sindicales que nadie controla y de los privilegios o sobornos que los regímenes de turno reparten alegremente por medio de gastos reservados, acuerdos o concesiones que desvirtúan enormemente el sindicalismo, la democracia y la representatividad.
Curiosamente, aunque tal vez ya no, representación y representatividad son antagónicas.
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