Hubo un rey que acudió al oráculo parta consultar si debía o no organizar un ejército y hacer la guerra recibiendo la respuesta que si lo hacía destruiría un reino; se apresuró a poner en ejecución sus planes y, efectivamente, destruyó un reino: el suyo.
Aunque en Bolivia no tenemos reyes ni oráculos, no faltan las personas a las que es fácil calentarle las orejas y convencerlo que es el salvador; puede tratarse de cualquiera, intelectual, "ignorante, sabio, chorro, malandrín o estafador", como dice el tango. Y así no sólo que puede constituirse en partido el sindicato sino que la milicia puede creer que le ha llegado la hora; como hay tantos, el Pentágono, el Departamento de Estado, la CIA, nos han convencido que no sabemos vivir en democracia y que sólo merecemos veranillos.
Un escritor argentino dice que los gobiernos militares no fueron derrotados, simplemente se desgastaron. Y es tan evidente como falso aquello que tal o cual recuperó la democracia. Mientras exista el Norte y no aprendamos a vivir en un sistema de representación real, las cosas seguirán iguales que antes; con salvadores, sirvientes, personajes con alma de esclavo y tontos útiles que no necesitan saber leer o darse de intelectuales para actuar lo mismo.
¿A quién puede beneficiar el actual estado de subversión que se vive en el país? Esta es la interrogante a resolver.
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