Ahora al Gobierno y el partido enterrador del sindicalismo, la COB, se les ha ocurrido enviarse cartas de amor y de odio; porque más allá de las sindicaciones que tratan de hacer, lo evidente es que ya no se pasan unos a otros.
Y no es raro porque, ambos, cometen pecado. Los unos por que piensan hacer lo mismo que criticaban, lo otros, porque están matando la gallina de los huevos de oro. Y es que, por mucha razón que se tenga, incurrir en actitudes fuera del sentido común, no es lo conveniente. Eso es lo que, desde el principio, debió señalar el Gobierno: que no se puede sentar a dialogar, en nombre del pueblo, con un partido como cualquier otro de la politiquería nacional. Y tampoco, se puede recaer en la tentación de hundir la minería porque no se llenan las expectativas de los dirigentes que quieren ganar como los antiguos oligarcas o más y no les interesa ni el Estado ni el socialismo ni las estadísticas.
Pero, como entre todo romance y, peor todavía, simplemente de apariencia, detrás de las frases y las palabras hermosas están la hipocresía o, en lo menos, la ingenuidad de no saber a ciencia cierta a quien se ama o se sirve. Porque los de la ex COB casi nunca han servido a los proletarios, los fabriles o los campesinos y mantienen una hegemonía minera que se basa en la demagogia que se creó para hacerla nacer de la nada y desde arriba. Y nunca, ningún gobierno que se precie de sectario o de imitador de esto o aquello, puede recoger las necesidades y aspiraciones del pueblo.
Pueden mandarse las cartas que quieran ¿Pero las soluciones no únicamente a la crisis de las pensiones sino también de la moral? ¿Postergar como siempre se ha hecho?
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