Nietzsche se preguntaba en una de sus obras: ¿por qué se pudren nuestros frutos? Y es algo repetido desde que, en nombre de la razón y la ciencia, abandonamos la primera y nos dedicamos a hacer cientificismo o materialismo del más vulgar.
Pues bien, también la Internet está sufriendo esta mayor tara de defectos que virtudes. Porque si no podemos negar que ha agilizado la comunicación, no podemos negar tampoco que contribuye poderosamente a sembrar el odio, como se ha dicho en los últimos días. Porque abundan los que se dedican a tildar a tal o cual persona de tal o cual cosa, a revelar sus instintos más bajos creyendo que lo hacen bien o a darnos cuenta de sus dificultades con el lenguaje y su vulgaridad.
Y es que no sólo hay que mostrar oposición a determinada persona o institución; pero de ahí a insultar, calumniar, difamar, como tan fácilmente se hace, es otra cosa. Por ejemplo, admitir que la oposición en Bolivia es prácticamente inexistente, es porque se nota en sus intervenciones que recurre al desdén, al racismo, al menosprecio y no muestra posición ideológica o programática clara y definida; no hace pues crítica constructiva, como se dice sofísticamente, sino demagogia visceral; como se dice por algunas personas, siembra el odio. Y hacer eso es contrario a la comunicación, a la buena vecindad, a la convivencia que es, supuestamente, para lo que la tecnología ha creado la red que rápidamente se nos está pudriendo por mucho que otros encuentren virtudes donde no hay más que defectos o, por lo menos, es lo que se muestra.
Hacer una evaluación de la ciencia y la tecnología, debiera comprometernos individual y colectivamente para no seguir en la preeminencia del materialismo; haciendo a un lado la integridad del ser humano, es decir, cuerpo y espíritu.
Para recuperar las bondades de la red, hay que empezar con uno mismo.
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