Hay que reflexionar una vez más en el por qué se pudren nuestros frutos, como dijera Nietzsche; porque no hay duda que nuestras llamadas revoluciones terminan siendo nada más que roboluciones; no únicamente porque se da aliento el despojo sino también porque se hurtan las esperanzas y necesidades de nuestros pueblos para beneficio propio o sectario.
Hay todavía hay algunos que creen en la "revolución nacional" del 52 y aseguran ésto o lo otro; sin embargo, ya no se puede esconder que la misma fue completamente desvirtuada desde el momento en que el gobierno se convirtió en un simple intermediario entre la Embajada Norteamericana y la pobreza y subdesarrollo local y por mucho que se dijera o, incluso, se hiciera, el proceso como tal estaba condenado al fracaso.
Hoy las cosas están tomando el mismo rumbo; ya la Constituyente fue una frustración porque se hizo al estilo y al modelo neoliberal, pero las cosas van empeorando y, por ejemplo, la nueva ley productiva que pretende asegurar el abastecimiento interno de alimentos no es sino una gran entrada a las transnacionales de la bioquímica para que hagan su agosto con sus productos y transgénicos. Otra vez, dentro de un discurso sin sentido, el imperialismo arrasa con todo.
Lo peor es que se hace en nombre de los pobres que, como dijéramos alguna vez, se han convertido en objeto del nuevo comercio que lucra con las necesidades y aspiraciones de los desheredados, de los famélicos, de los discriminados, de los desempleados, de los marginados que no son sino el pretexto para hacer nuevas fortunas ilícitas y escandalosas que a nadie ya conmueven.
Lo único que falta para que la frustración se haga más real es que se empiece a perseguir a los que discrepan o se los empiece a desacreditar como ya se intenta con algunos que, al principio, fueron del cambio pero se cambiaron después; aunque todavía nadie sabe a dónde.
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