Incluso en los países donde la educación tiene un alto rendimiento, no deja de ser la preocupación permanente de sus autoridades porque es la base del crecimiento. Infelizmente, donde más se busca la eficiencia, y no sólo por motivos económicos, es donde más falla.
Es el caso de la mayoría de las naciones del llamado "tercer mundo" donde el sistema educativo es un fracaso, por varios factores; entre los principales, la agremiación de los autodenominados maestros, que no permite tocar el problema allí donde se produce: en la calidad del profesor que sólo excepcionalmente es regular o buena y mayoritariamente es deficiente y hasta deplorable y, otro factor, la falta de identidad nacional que debiera servir de punto de partida para la elaboración de un sistema educativo ideológicamente orientado.
Y cuando decimos eso, no nos referimos a la ideología partidista sino filosófica, porque es ella la que debe marcar los rumbos y destinos de una educación que, finalmente, no debe efectuarse para la realización personal sino del Estado bien entendido.
Lo demás es lo de menos, como vulgarmente se dice, porque siempre se puede elaborar currículas, determinar tiempos de estudio y espacios convenientes, de acuerdo a las posibilidades y necesidades de cada pueblo. Pero mientras el problema se siga manejando sólo como un problema gremial, de los culpables de su estado de crisis, no habrá solución ni la luz al final del tunel que, por lo menos, encienda una esperanza de renovación y mejora de un sistema muchas veces criticado y, sin embargo, siempre postergado en base a las conveniencias del momento y del partido.
Y si vemos así las cosas, parece un círculo de lo más vicioso que, en cualquier momento, hay que intentar romper para beneficio de todos.
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