El mal llamado "tercer mundo", un eufemismo para esconder la neocolonización y la intromisión en asuntos internos, hace ya bastante tiempo que lucha por tener gobiernos verdaderamente representativos y consustanciados con sus pueblos. Porque la intermediación entre la avaricia imperial y la pobreza de los subdesarrollados, no ha dado otro resultado que el que se perseguía, es decir, dejar intacto el sistema de explotación y expoliación.
Que la cuestión sirviera para construir Estados fuertes, con sentido social y trascendencia moral, sería hasta excusable; pero cuando todo se reduce a la simple explotación del hombre y sus recursos naturales, el tema pasa de la simple dimensión de la estulticia humana a la sospecha que, efectivamente, hay un gobierno en las sombras que se aprovecha de la debilidad de los desamparados.
Y la historia pasada y contemporánea, en cierto, modo es una ratificación de la existencia de esa cáfila de delincuentes en los recovecos y sinuosidades del poder, porque de nada han valido varias revoluciones que, supuestamente, debían cambiar las cosas para el progreso del mundo; pero que, en algunas de ellas, se adivina también la manipulación para una simple sangría que termine con la bronca y la protesta y vuelva las cosas a la normalidad de las aviesas intenciones que se juegan en la tierra.
Por consiguiente, de nada valen los gobiernos tiránicos, dictatoriales, despóticos o "democráticos", cuando las cosas se tejen detrás de los hombres, de las instituciones, de los sueños; pero como no todo es eterno el mundo empieza a despertar y aunque sea un grito agónico, parece que hará escuchar su protesta y su repudio a esta intermediación entre la riqueza materialista y la miseria de las mayorías; lo mismo estén en el norte que en el sur; sean de derecha que de izquierda, se autotitulen de socialistas o de capitalistas. Finalmente, la estupidez es una sola y trágica realidad.
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