Alguien dijo: "Señor, que solos se quedan los muertos"; pero la realidad actual es que no están sólo los muertos en ese estado sino también los vivos. Porque esta abigarrada y hacinada sociedad es cada vez más soledad en la multitud. Se trate de jóvenes, de niños o de adultos, la soledad se expande. Entre los primeros es la causa de los llamados "botellones" o la drogadicción en que hacen catársis de su soledad; entre los segundos, la televisión o los videojuegos han sustituido a la madre o la niñera y entre los terceros es el principio de la disolución del matrimonio o la decepción familiar en la ancianidad y el desamparo.
La soledad es también una causa importante de la morbilidad humana, porque genera malestar nervioso, psíquico o gastrointestinal. Ahí está el estrés, la depresión o las úlceras y diarreas para decir: presente.
Ni qué decir de los migrantes, aquellos que se aventuran en tierras lejanas y desconocidas y donde sólo excepcionalmente encuentran un ambiente de bienvenida e integración; los más se reducen a trabajar y ahorrar metidos en un apartamento que pueden compartirlo o no con otras soledades.
Y la soledad es angustia permanente, es incertidumbre ante el porvenir, es inseguridad en el presente y es la causa primordial de esa creciente frustración de la humanidad por vivir en sociedad que, como alguien dijera, se encuentra en decandencia en su fase civilizadora y occidental.
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