Desde que el mundo es mundo seguramente el hombre ha buscado la unidad y la igualdad; pero hasta ahora no lo consigue y tampoco existen muchas esperanzas.
Cada cierto tiempo solemos gastar estas últimas en alimentar otras opciones y no tardamos mucho en sospechar, al menos, que seguimos igual. La unidad latinoamericana, por ejemplo, la perseguimos desde el Congreso Anfictiónico pero nos siguen manteniendo separados que es como mejor nos controlan.
Lo mismo ha pasado a lo largo y ancho del planeta con los asiáticos, los africanos o los europeos y habría que recordar cómo cierto gobernante, para salir de una órbita, se inclinó hacia la otra pensando mejorar los precios de sus recursos naturales y cómo, después, comprobó que era lo mismo por muy socialistas y solidarios que aparecieran en las etiquetas los "amigos".
Mucho ruido se está produciendo entre nosotros con la próxima cita del G77, al que se ha añadido China, el nuevo imperio económico emergente, y los resultados pueden ser los de siempre: que nuestros sueños no tarden en convertirse en pesadillas.
Y no es que tratemos de sembrar la desesperanza y la discordia sino que la realidad nos obliga a mirar mejor y sin anteojeras; porque estas citas casi siempre nos alejan de nuestros objetivos más inmediatos de unidad y complementariedad como es, en nuestro caso, la integración latinoamericana; que no marcha porque seguimos empecinados en vernos como derechistas o izquierdistas que no son más que resabios de la colonización ideológica a que fuimos sometidos y de la que ahora queremos descolonizarlos sin entender de la misa la media.
Que la reunión puede traer algunos beneficios, en obras para Santa Cruz, es cierto y no podemos desconocerlo; pero de ahí a fincar todas nuestras esperanzas e ilusiones en el G77 sería un error porque nadie, más que nosotros mismos, puede hacer la unidad, la integración, la solidaridad, la complementariedad y hay que empezar por casa; donde la realidad nos muestra que andamos más desunidos que antes, más dispersos y menos dispuestos a ceder.
La historia nos ha mostrado una y otra vez, que no podemos esperar nada de nadie sino de nosotros mismos y así hay que actuar en consecuencia.
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