Pasa desde hace tiempo, desde que el racionalismo nos introdujo en el materialismo e impuso aquello de "consumo, luego existo".
El bien común es pues algo que se olvida continuamente y peor todavía cuando de defender sofismas o el sueldo se trata. Así sucede cuando los "defensores de los animales" salen en defensa de los perros sin dueño o irresponsablemente echados a las calles y aquellos otros que muestran una agresividad natural que no se puede paliar ni con entrenamiento porque sería tanto como amaestrar un tigre con el riesgo siempre permanente que se olvide lo aprendido y vuelva a su naturaleza.
Es el bien común que exige que se controle la población canina o las razas agresivas, como es el bien común que exige que se cuide la naturaleza; sin embargo, en una abierta contradicción, pueden las personas tomar una posición o la otra, de acuerdo más a sus intereses, a los sofismas o a la defensa de su salario.
Lo malo es que mucha gente se deja convencer y en lugar de aportar al bien común, al interés de la colectividad, a los objetivos estratégicos de la propia supervivencia de la especie o el planeta, pugna por el sectarismo, el eufemismo o el sofisma franco y se desgarra las vestiduras por esto o lo otro; mientras se atenta contra el bien común.
No es de la época actual ciertamente; pero ello no implica que no haya que reflexionar al respecto porque, dentro de la desorientación, la desinformación o la ignorancia nos hacemos más esclavos del consumismo, de la alienación al mercado y, curiosamente, de la desalienación a la raza humana.
Pero el esnobismo está de moda y cualquier disparate se puede defender para aparecer en la onda y en los hechos se hace, como cuando incurrimos en el olvido de las reglas de la gramática o creemos que somos creativos al sustituir la c por la k y otras estulticias, sin ponernos a pensar que la corrupción del lenguaje nos está llevando a la degradación de la especie en una de sus virtudes mayores: el manejo del lenguaje y, por lo tanto, su habilidad de comunicarse que es lo que la caracteriza del resto de la naturaleza.
Es hasta chistosos ver cómo los defensores de esto o aquello se desgarran las vestiduras y echan ceniza en sus caras; mientras olvidan intencionadamente y por interés el bien común que no es otro que el interés de la especie, de la raza y, aunque no se quiera, de la propia naturaleza.
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