Si coincidimos con José María de Lera, en su libro sobre la violencia, admitiendo que es tan violenta una bomba como una corrida bancaria, nos daremos cuenta que las acciones humanas, no siempre son tan humanas; o, al decir de Nietzsche, son demasiado humanas.
Porque lo que ha ocurrido en la ciudad de La Paz, con el saldo de un muerto y varios heridos, no sólo es violencia alevosa, premeditada y con ventaja sino la expresión de un sectarismo o egoísmo que raya en la locura. Porque los mineros saben los efectos de la dinamita por mucho que recorten los cartuchos hasta el grado de denominarlos "cachorros"; son letales, dígase lo que se diga, y cuando se los usa y transporta para amedrentar con violencia, es lógico que se convierten en lo que, en otras partes, se cataloga como terrorismo, sin más vueltas.
Y, como siempre, la cuestión se genera en el sistema de privilegios que se han otorgado a los denominados "cooperativistas" que, en mucho de los casos, no son tales sino vulgares explotadores al estilo de los antiguos amos de las minas o peor aún. Tal como lo dijéramos hace tiempo, se hubiera evitado esta violencia si se revisaba esos privilegios y se daba curso al bien común, al sentido común; no se lo hizo y los resultados son esos.
Claro que es fácil echarle la culpa el gobierno; tal como hacen los autodenominados opositores y los "periodistas" que sacan en su auxilio renegados y otras yerbas para echar sal en las heridas. Ese no es el camino y lo que hay que admitir es que, como empezamos el comentario, no todas las acciones son humanas y tratar de ocultar esta realidad; lo mismo se trate de los mineros bolivianos, el FMI y sus víctimas o las invasiones bélicas, es hacerse cómplices de esas actitudes.
Lo más correcto es admitir que si no involucionamos, estamos decididos a hacerlo.
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