Causa risa la reacción del Canciller chileno sobre que los tratados darían derechos, porque no es necesario recordarle que el del enclaustramiento boliviano fue impuesto a la fuerza sino hacerle ver que ya no existen argumentos razonables para mantener el encierro y la usurpación.
Pero lo que causa preocupación real es que algunos medios bolivianos se hayan dedicado a hacer gran eco de las declaraciones de la diplomacia mapochina y no hayan querido percibir e informar sobre las solicitudes de organizaciones y pueblo en general, entre araucanos y mapuches, que aplauden la reivindicación nacional y aceptan que es hora de reparar la injusticia. Más preocupación todavía la de aquellos "analistas" u "opositores" que quieren hacer una ventana de todo y no se ponen a pensar en el daño que pueden causar a las demandas de justicia, libertad y reivindicación.
Aunque se ha hecho común que los diplomáticos de la "continentalización" de Chile, a expensas de Bolivia, manipulen el Tratado que cesó la beligerancia de la Guerra del Pacífico, no hay duda que es cada vez más difícil contentar incluso a su propia población, que excusar la violación de ese mismo tratado, la política de conseguir compensaciones no territoriales con el anzuelo del mar, recordemos la desviación del río Lauca, la construcción del oleoducto Sica Sica- Arica o la del camino a Pisiga, y el distraccionismo que es ya insostenible.
Decir que los tratados dan derecho es admitir que la patente de corso está aún vigente y que la dependencia de la oligarquía chilena a la hegemonía inglesa pervive. Y, curiosamente, sería la confirmación de la confabulación monárquica que se escondió en la manipulación de los chilenos para apropiarse de recursos y territorios bolivianos y que tan poco se ha estudiado o revelado a cargo de los historiadores de uno y otro lado.
Que sepamos no existen tratados irrevisables y si algunos organismos internacionales no quieren asumir su papel de reparar las injusticias, no es argumento para mantener tales ni menos se puede menoscabar la defensa de los derechos de los pueblos a gozar de los recursos naturales del mundo con amplia libertad; que es lo que la oligarquía intermediaria de Chile siempre ha hecho.
Para cualquier entendido en historia o geopolítica está bien clara la cuestión: La Guerra del Pacífico fue una guerra de conquista y usurpación no sólo por la forma cómo se la gestó y ejecutó sino también por el modo cómo algunos malos bolivianos cooperaron en la tarea por sus vínculos con logias e intereses ajenos. Que hay la necesidad urgente de una reparación es cierto; pero que no nos vengan con eso de la patente de corso.
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