En Bolivia, nuestros gobernantes, han mordido varias veces el anzuelo del mar o por estulticia o por compromiso pues, curiosamente, con el abrazo de Arica y el de Charaña es cuando menos nos acercamos a la reivindicación y servimos la política de hegemonía del Norte que no sólo nos obligó a financiar la campaña electoral de Ibañez del Campo sino también la falta de alimentos de primera necesidad y energía que tuvo que enfrentar el régimen de Pinochet, con gran ahorro de divisas del "hermano mayor".
En realidad, esta estrategia ha sido varias veces denunciada por estudiosos del tema; pero siempre nuestras burocracias partidistas o logieras han preferido seguir sus propios caminos que buscar el real retorno al mar. Por eso es que ahora se siente el nerviosismo de la Casa de La Moneda, cuando se advierte el derecho que tenemos de recurrir a organismos internacionales en búsqueda de justicia y de paz. Porque no hay tratado irrevisable y menos todavía cuando alguno se ha impuesto por la fuerza de las armas, que es lo que ocurrió con el del 1904.
Pero, independientemente de esas mordidas al anzuelo del mar por estulticia o compromiso, en las últimas 6 décadas hemos sido objeto de la "continentalización" que busca la diplomacia chilena de sus intereses, ya que está convencida que no tiene perspectivas futuras con su territorio escaso, escasísimo habría que decir si le restamos el usurpado a Bolivia, y aprovecha su condición de incondicional de los imperialismos de turno para extenderse o extender los dominios del vil metal y del materialismo.
Le hemos dado un oleoducto importante (Sica Sica - Arica) para que se beneficie de nuestro petróleo, le hemos desviado uno de nuestros ríos (el Lauca) y todavía le damos gratuitamente el agua del Silala para irrigar sus tierras; nos hacemos a los ciegos con su penetración económica en el oriente boliviano y sus tenebrosas apuestas a la desintegración y todavía algunas instituciones, como la OEA, se hacen a los suecos o a los suizos.
Pero algo que no habíamos conseguido en el pasado es que se quitara la máscara, como lo ha hecho en la última reunión de Cancilleres de la OEA en Tiquipaya, donde no tuvo otra opción que mostrar sus verdaderas intenciones.
Este es, tal vez, el mejor logro de la diplomacia boliviana en esa hipócrita disputa entre la víctima del pasado y el verdugo desde entonces y es importante para acudir a los tribunales internacionales aunque no contemos, como ellos, con el respaldo de las potencias del materialismo que explota el planeta y que se sirve de estas oligarquías seudointermediarias que no son sino sirvientes de intereses ajenos y onerosos para la América Latina.
De ahora en adelante, el anzuelo del mar ya no cobrará más ingenuos ni dará paso a más sinvergüenzas que especulan y especularon con las aspiraciones y necesidades de nuestro pueblo.
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