En el mundo, cuando se habla de salvar bancos, en realidad se trata de salvar banqueros y, con ellos, el sistema materialista y avaro con que se maneja el planeta. La situación crítica de la economía actual no sólo es repetitiva sino que tampoco aportará solución alguna al problema estructural que sufre la humanidad: su excesivo materialismo, al que no pueden escapar ni los más fanáticos izquierdistas porque se han hecho parte del consumismo.
Pero lo que más irrita es que siempre sea el pueblo en general, el ciudadano común, es decir, los menos afortunados, los que acudan en rescate de los banqueros que nunca pierden ni han perdido un centavo porque por mucho que sus negocios se vayan al naufragio ellos siempre tienen listos varios salvavidas con que seguir engordando los bolsillos, con que seguir explotando el planeta con fines sectarios, con que seguir arriesgándolo todo, desde la vida hasta la muerte.
Y pierde el pueblo no únicamente porque tiene que pagar la factura de los gordos por duplicado o multiplicado sino porque lo hace con restricciones; que van desde las que afectan a la libertad en general, hasta las que comprometen obras sociales que mejoren su calidad de vida. Cada centavo que se compromete para salvar un sinvergüenza significa la precariedad o la condena de cientos o miles de ciudadanos en todo el planeta; porque tampoco es cierto que la crisis tenga fronteras pues se extiende como dominó por toda la tierra y hasta las economías más seguras, si las hay, no pueden escapar a las consecuencias de tanto egoísmo.
Lo peor de este sistema avaricioso es que compromete, fundamentalmente, la paz en el mundo, porque así como puede manifestarse en descontento ciudadano en las ciudades, en más desocupación o restricciones salariales, puede también conducirnos a la guerra entre naciones para reactivar uno de los negocios más nefastos del planeta: la guerra.
Y precisamente por ésto es que sorprende que las crisis sean repetitivas porque conociendo cómo se maneja la economía en el planeta, donde la inversión o el gasto formal, diríamos legal, es el que menos ganancias da; entonces, es lícito preguntarse: ¿dónde van las jugosas ganancias del tráfico de personas, de drogas, de armas y hasta del mismo dinero? Porque ya para nadie es desconocido que la economía "subterránea" gobierna el mundo y sólo la hipocresía nos hace pensar que se persigue narcotraficantes, esclavizadores, especuladores o negociantes de la prostitución.
No hay duda que lo que más nos falta es información y, de tenerla, podría significar un detonante mucho más grande que el actual donde ya se empieza a percibir que no todos están idiotizados y que empieza a surgir una corriente para no seguir salvando banqueros corruptos hasta la médula.
Si, como se dice tanto, los capitales son de riesgo, especialmente cuando se trata de socorrer algún país, ¿por qué no lo asumen los banqueros y no claman al Estado cuando les conviene?
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