No vamos a referirnos a esos centros de diversión donde los payasos, malabaristas, trapecistas o maromeros hacen reír a la gente, la inquietan y hasta atemorizan con sus audaces actos. No, el gran circo de hoy está en las transnacionales de "deportes" o espectáculo que se han convertido en verdaderos superpoderes, superestados o supraestados, que se han puesto fuera de la ley voluntariamente y por sus propios estatutos e intenciones.
La gente hoy se olvida del hambre, de la miseria, de la pobreza en general porque lo primero que hacen los pobres, antes de comprar una buena cama o hacer un pozo séptico es comprarse un televisor, una radio para sumergirse en la ficción, en la ilusión, en la evasión forzosa o voluntariamente aceptada.
Los jóvenes están pendientes de lo último para vestir, bailar, escuchar, ver o divertirse y mientras más hablan de rebeldía, de libertad, más se esclavizan; tanto, que la moda es drogarse o embriagarse de la forma más rápida y brutal posible. Es tenebroso hablar del "cocodrilo", en drogas, o de las enemas de alcohol que se promueven como diversión y modernidad.
Mientras tanto, otros están pendientes de su equipo de fútbol, de baloncesto o lo que fuera y pendientes también del balón de oro, de la bota de oro, del aro de campeón, de su personaje, su ídolo, su fetiche y no sólo de cómo juega en cancha sino también de cuánto gana, a quien ama, qué promueve en el comercio o dónde y con quien piensa ir de vacaciones.
Pese a que se nos repite y repite que la ciencia se ha convertido en el nuevo dios o ídolo que hay que adorar, nuestros sentidos son atosigados por arte de mal gusto, espectáculos que llegan a la pornografía no sólo por lo que muestran sino por lo que son y un cientificismo que tiene sus propios apóstoles, como manda su propia inquisición.
Este es el nuevo circo, el gran circo, que nos tiene atados a las pantallas de los televisores, a la audiencia de las radios, a las páginas de los diarios que, en mucho mayor porcentaje de lo que uno puede creer, se dedican al comercio que otra cosa y han dejado de informar, de orientar, de educar.
Y es precisamente ahí donde bailan, se contonean, se desnudan los ídolos de papel y de corcho y donde la gente les rinde tributo, adoración, sacrificio y donde pierde su propia conciencia, su realidad, su percepción del mundo.
El circo ha salido de las carpas y se ha sustituido por lo más soez del engaño; mientras los artistas circenses están en extinción o sobreviven apenas.
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