Esto de la aparente lucha por un territorio o una carretera, nos está llevando a dejar de lado aspectos fundamentales del tema. El primero de ellos, saber si todavía existe alguna digna de llamarse tal, es decir, una agrupación humana que no ha logrado consolidarse como nación o que no ha tenido una desarrollo cultural comparable con la civilización occidental; el segundo, interrogar qué se ha hecho por ellas, qué se está haciendo o qué se pretende hacer; en tercer lugar, recabar un informe confiable sobre las organizaciones que, contrato con diferentes gobiernos mediante, se hicieron cargo de ellas sin que hasta el momento nos digan sus fracasos o éxitos.
También hay que recordar que ya los Incas fueron los primeros que trataron de incorporarlas a su imperio y civilizarlas; también rememorar que algunas de ellas se formaron por el abandono que sufrieron luego de ser parte de expediciones en diferentes lugares geográficos. De otro lado, algunos gobiernos celebraron contratos con misiones extranjeras supuestamente catequizadoras que nunca han dicho nada al respecto.
No es pues cuestión de dejarse llevar por mitos o mentiras y hay que establecer plenamente si su situación amerita su desagregación del Estado Boliviano o, por el contrario, sigue siendo parte de una estrategia geopolítica neoliberal que pretende reservarse territorios y recursos naturales para su beneficio y sin que les importe la calidad humana y su futuro como etnias, nación o Estado. Pero lo que no se puede hacer es permitir que siga constituyéndose en una amenaza en contra de la unidad nacional.
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