El llamado "corso de corsos", puede ser un buen espectáculo, una fuente de buenos ingresos o hasta la mejor ocasión para dar rienda suelta a la imitación y el exceso; pero ha dejado de ser lo que la tradición recogía: Una fiesta dedicada a la alegría, la comida, el baile, el arte, la gastronomía, con motivo de la cosecha y que, particularmente, se celebraba en las provincias.
Lo peor es que se presenta cuando más necesidad tenemos de una identidad regional, de algo que nos caracterice en la diversidad nacional y nos haga auténticos y que sólo será posible recuperar el momento en que, otra vez, dirijamos la mirada al agro; a esa actividad de producción que ha generado nuestras mejores características y por la que Cochabamba se ha convertido en una atractiva opción para vivir.
La urbanistería, la simple y vulgar imitación en el arte o la vida entre dos aguas, nos está llevando a cometer errores que nuestras autoridades no pueden o no quieren percibir y se contentan con mirar desde los palcos oficiales, bailando o tocando platillos de fiestas ajenas. Pero lo característico, lo tradicional, la identidad, ya no se ve por parte alguna y está muriendo por abandono y esto es lo preocupante.
Vanidad de vanidades y todo es vanidad, habría que decir viendo esta nueva actividad que nos aleja de nuestro propio yo, de nuestro entorno, de nuestras tradiciones y costumbres y agrava nuestra situación de falta de identidad y que se quiere saldar por una supuesta integración que nosotros mismos ni buscamos ni lograremos. Hay que recuperar el carnaval, para rescatar tradiciones, para repoblar poblados en abandono, para rehabilitar tierras en erosión, para restablecer el "Granero de Bolivia" que tanto hizo por la soberanía y el autoabastecimiento alimentario y que tanto nos enorgullecía antaño.
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