Respecto a las reacciones sobre la crítica hecha a las universidades fiscales, habría que recordar lo que Medinaceli decía respecto a los halagos y la verdad: "El que nos dice la verdad, aunque amarga, es claro que nos tiene como a dignos de merecerla. En cambio, el que nos adula, nos engaña y hace un mal, está interesado en explotarnos. Si en el trato humano de persona a persona el que uno le mienta, le adule y, por consiguiente, le engañe, es inmoral, que se haga eso con todo un pueblo, ya es algo más grave, porque las consecuencias repercuten en lo colectivo, malogran los intereses de una región y de la patria misma".
La propia mediocridad que se critica sale a la vista en la reacción de que hablamos y aunque bastaría ver y oír lo que dicen "dirigentes" y "autoridades" para saber dónde está la verdad, las pruebas sobran en muchos otros aspectos; hasta en los eslogans que se gritan en las manifestaciones, en las conductas en la calle, en la procacidad de su lenguaje, en la desorientación de su gusto y la pésima calidad de sus otras manifestaciones. No hay duda que se ha perdido aquella aureola, cierta o no, que antes rodeaba a los estudiantes y los catedráticos porque se pensaba, a veces acertadamente, que era muestra de conocimiento y buenas aptitudes. Hoy ya no, la vulgaridad ha ido triunfanfo allí donde la ciencia debió tener una trinchera, Y eso no se puede tapar con un dedo.
Lo que habría que hacer es impulsar una crítica más profunda sobre el tema, en lugar de evitarla, y sacar las conclusiones necesarias para que esta decadencia tenga un fin y se convierta en un proceso de recuperación y reivindicación. Esta es la única manera de defender la universidad pública frente a las otras que sólo excepcionalmente también están de acuerdo a las expectativas de la ciencia, la tecnología y las necesidades y aspiraciones de la gente. Que el titulismo deje de hacer soñar ficciones y dé paso a un cultivo mejor de la ciencia y la tecnología.
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