A propósito del supuesto índice de corrupción que se ha conocido últimamente sería preciso preguntarse quién es quién en el mundo y, además, qué es. Porque hace bastante tiempo que los inmorales hablan de moral y los ladrones creen que todos son de su misma condición. Y no es que se trate de defender a nadie o tapar el sol con un dedo sino que la corrupción y la impunidad son y han sido parte de la dependencia, que ha manejado eficazmente la Embajada Norteamericana en América Latina y las pruebas son tan numerosas que sería ocioso mostrarlas. Bastaría, por ejemplo, analizar la llamada "revolución nacional" del 52, sus mentiras, su claudicación, el contubernio a que dio paso en el gobierno y el desconocimiento de los derechos más elementales para concordar con Churchill que, cínicamente, afirmaba: "yo sólo creo en las estadísticas que manipulo personalmente"; porque de eso se trata: estadísticas manipuladas.
Es también cómo se nos presentan muchos problemas actuales: la inseguridad, la ineficiencia en casi todas las universidades; que no se van a resolver con más o menos dinero sino con capacitación, con mejores programas de entrenamiento o académicos y así nos lo enseñan varias otras instituciones del mundo que no hacen depender su éxito del vil metal.
Por lo demás, así como se dice que halago en boca propia, es vituperio; así también hay que aceptar que un mínimo de moral obligaría a callar en lugar de denunciar y hacer aspavientos sobre la desgracia provocada en otros. Por eso es que antes de cuestionar nada ni a nadie habría que responder quién es quién en el mundo y qué, para ver si se acomoda a lo que la mayoría entendemos por valores, por moral, por evolución del ser humano y, consiguientemente, lo contrario.
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