Hace ya bastante tiempo que los comités cívicos y sus componentes han sido tachados de cínicos, por el pueblo, porque ya no son esas instituciones que cuando no había participación en los regímenes gubernamentales, salían en defensa de los derechos ciudadanos y las necesidades y aspiraciones de los pueblos. Después, simplemente se convirtieron en trincheras del peor partidismo existente, en antesaladas de la burocracia oficialista o en sitios de especulación y comercio del más vulgar.
Lo mismo que cuando el sindicalismo era una trinchera y no una poltrona; así también el civismo, bien o mal entendido, ya no es ni la sombra de lo que era y, por tanto, no merece seguir existiendo; peor todavía cuando se han usado, incluso, para el separatismo y para el engaño a la misma gente que se dice representar. Por lo demás, es una negación de la democracia pues sus dirigentes no son el resultado de una elección popular sino de componendas entre agrupaciones muchas veces tenebrosas, como el caso de la manipulación de esos entes por organismos encubiertos o logias de diversa índole.
Seguir consintiendo esas organizaciones es ir en contra de la democracia, de la institucionalidad, de la vergüenza y, si no se quiere eliminarlas por innecesarias, habría que situarlas dentro de la ley, haciendo que sus dirigentes sean elegidos como cualquier representante popular y a través de los organismos pertinentes; lo contrario, es hacerle juego a la manipulación y, como estamos viendo, a la corrupción y la impunidad, que no quieren dejar de existir en estas tierras dignas de mejor suerte.
Que ya no sea una confusión ni semántica ni de otro tipo, eso de cívico o cínico. La democracia lo agradecerá y la ciudadanía en general también.
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