Por muchas pías intenciones que le pongamos ya no podemos sustraernos al consumismo en que se ha convertido la Navidad que, incluso, ha dejado de ser tal para ser la fiesta de Papa Noel, Santa Claus, el viejo pascuero o, vulgarmente, la mejor fiesta del mercado; porque si no regalas no existes y si no recibes algún regalo, nadie te quiere o te tiene en cuenta.
Lo de las costumbres, las tradiciones, han quedado en el olvido o, lo que es peor, se han sustituido por la adoración del consumo; sea en alimentos crudos, precocidos o sólo para descongelar que, de este modo, han desterrado el hogar, es decir, el sitio mismo de la celebración del nacimiento de Jesús y ni qué decir de las obligaciones en el beber; si no hay "champagne", cava, sidra o por lo menos un vino barato; no hay "espíritu navideño".
Ahora ya no hay que abrir las puertas a los cantores de villancicos y adoradores del Niño, como se hacía antaño y, por tanto, preparar también una buena provisión de pasteles, buñuelos y chocolate para compartir; basta con poner el DVD, la radio o la TV para tener los enlatados correspondientes y en ritmo y sabor del pésimo gusto que actualmente es la moda en el arte. Incluso; ya no hay que abrazar y saludar a familiares y amigos, basta con enviarles una tarjeta virtual o en cartulina de colores y asunto concluido. Y todavía decimos que avanzamos; que ya estamos en pleno siglo XXI aunque la ciencia no sepa hasta ahora explicar ni el origen del cosmos ni de la vida y, por ende, pronunciarse sobre la esencia de la Navidad.
Feliz consumo.
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