A propósito de una excelente caricatura de Lapiztola, en La Prensa, incluso antes de la hipótesis de la evolución de las especies que ha confundido al mundo, había cierta preocupación en la humanidad porque, al parecer, en lugar de evolución estaba pasando por una fase de involución.
Si analizamos lo poco que hasta ahora sabemos de la protohistoria la conclusión no puede ser sino que, efectivamente, nos encontramos en una fase involutiva; pero hay otros hechos más preocupantes que confirmando lo anterior deben ser motivo de reflexión.
El caso de eso que se llama "modernidad" y que sirve para excusar cualquier cosa, desde las tendencias francamente involutivas hasta las desviaciones o perversiones de todo tipo que alcanzan los más variados aspectos de la vida, tiene que analizarse y merecer muchas más atención de la que actualmente concita porque significaría que, detrás del sofisma del progreso, el crecimiento, el cientificismo, el hombre está en franca decadencia y perdiendo lo mejor de sus virtudes y atributos.
Da pena ver cómo la juventud pasa completamente deprimida o presa de seudomodernismo o, lo que es peor, se alista en las filas del descontento porque sí; sin razonamiento alguno, sin ideas, sin posiciones definidas libremente, ahora que tanto se habla de libertad y que, sin embargo, es mucho más relativa que en generaciones anteriores por la tiranía del materialismo que captura a mucha gente y la hace simple esclava del consumismo o, finalmente, de la idiotez sin límites; lo que trae a colación y como otro motivo de análisis y preocupación la conducta de los padres, que parecen haber renunciado a su misión orientadora, educadora, culturizadora, independientemente de su grado de formación académica.
La pregunta obligada es pues: ¿Involucionamos o evolucionamos?
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