El alcalde de Santa Cruz, muy a su estilo vulgar, les endilgó una sarta de epítetos e insultos a los periodistas acreditados a su despacho sólo por preguntar cosas incómodas; seguramente hay algunos que se merecen la reprimenda porque en la viña del señor hay de todo; pero esta actitud no es excepcional dentro de lo que podríamos decir de la psicología de las autoridades ediles que han caracterizado ominosamente a varias ciudades. No en vano, varios de ellos intentaron o se convirtieron, después, en candidatos a la presidencia con un sopapo en las urnas que sus egos no aceptaron fácilmente cuando ya, incluso, se habían acostumbrado a la marcha presidencial tocada por "sus bandas municipales" a instancias de sus tirasacos.
Por lo demás, varias de estas mismas "autoridades" mantenían en sus planillas a algunos "periodistas" que, a la vez, hacían de "pichiris" (barredoras) u otra asignación en las listas de sueldos que excusaban en sus informativos con ditirambos a sus pagadores. De este modo, se hicieron corrientes las "obras estrellas" que dieron paso a numerosos negociados porque nunca pudieron justificar científica, económica o tecnológicamente las más de ellas y que hicieron creer a muchos que el progreso era lo que se conquistaba, cuando la realidad sólo mostraba nuevos ricos que de la noche a la mañana y de no tener dónde caerse muertos, aparecieron con mansiones de medio millón de dólares, automóviles de lujo y hasta amantes.
Alimentar el ego de varios alcaldes sirvió, aunque no lo quieran aceptar, como fuente de ganancias cuestionables a muchos que se desgarran las vestiduras cuando les conviene o cuando les dicen sus amos que griten porque la libertad de expresión está en riesgo. Muchas, veces, como se dice, los borrachos, los idiotas o los niños dicen las verdades.
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