En cierta oportunidad cuando un sobrino me espetó: "tío, yo soy comunista". No me quedó más remedio que contestar: "No te preocupes hijo, eso es como el sarampión, pasa". Y así fue efectivamente pues después lo vi deambular de un lado para otro y, finalmente, no sé dónde quedó.
La cuestión viene a cuento porque nos hemos acostumbrado a reaccionar dramáticamente apenas vemos unas ronchas; lo mismo se trate de lo que se le hace decir a alguien, como de lo que dijo realmente. Por eso es que a muchos no preocupa tanto lo que se diga o no en la "cumbre plurinacional" porque para que alcance real trascendencia, no sólo tendría que convocarse sin discriminación alguna sino como un instrumento del pueblo que, independientemente de la representación sectaria sea capaz de proponer y no contentarse con algún discursito demagógico o el chantaje para que fulano o zutano sea designado en reemplazo de otro para la burocracia parasitaria que todavía caracteriza el Estado.
Por estas circunstancias es que sólo mueven a risa las "serias" declaraciones de los opositores que se desgarran las vestiduras porque no los invitaron o se autoexcluyeron y andan diciendo necedades como quien masca chicle, aunque no pueda hacerlo y caminar al mismo tiempo.
Hay que aprender de la naturaleza; cuando las ronchas se presentan como aviso de algo; también inmunizan sobre futuras infecciones de lo mismo y así hasta está bien.
El tiempo, generalmente, es el mejor remedio para saber si algo valió o no la pena.
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